Mario Vargas Llosa fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más prominentes de la literatura hispanoamericana y universal del siglo XX y XXI. Su obra, extensa y diversa, abarca más de seis décadas de narrativa, ensayo y reflexión política, y se convirtió en un punto de referencia imprescindible para entender las transformaciones sociales, políticas y culturales de América Latina. Desde su debut con La ciudad y los perros hasta sus últimas publicaciones, Vargas Llosa construyó un universo narrativo que combina el rigor estilístico con una mirada crítica y penetrante de la realidad.
Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, Vargas Llosa se dio a conocer en 1963 con La ciudad y los perros, una novela que rompió con la tradición narrativa peruana al retratar con crudeza y realismo la vida dentro de un colegio militar en Lima. La obra, ganadora del Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica, causó un verdadero escándalo en su país natal, pero también marcó el inicio de una carrera literaria excepcional. Con esta novela, Vargas Llosa introdujo una estructura narrativa fragmentada y múltiples perspectivas que serían una constante en su estilo.
Esta primera etapa de su obra —también conocida como su «fase realista»— se enmarca dentro del famoso «Boom latinoamericano», un movimiento literario en el que autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes transformaron para siempre la narrativa escrita en español. Vargas Llosa, sin embargo, siempre mantuvo una voz distintiva, alejada del realismo mágico, más cercana a la exploración de estructuras narrativas complejas y al análisis político y social.
Uno de los ejes temáticos fundamentales en la literatura de Vargas Llosa es el poder en todas sus formas: político, militar, sexual, religioso. En Conversación en La Catedral (1969), considerada por muchos su obra maestra, explora la corrupción moral de una sociedad dominada por el miedo y la dictadura, utilizando como escenario una conversación en un bar entre dos personajes que rememoran el pasado. La novela no solo es un ejercicio virtuoso de técnica narrativa —con saltos temporales, narradores múltiples y estructuras circulares—, sino también una reflexión profundamente pesimista sobre el desencanto y la opresión.
Otro ejemplo es La fiesta del chivo (2000), donde Vargas Llosa aborda con crudeza la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. La novela se construye en tres líneas narrativas paralelas que confluyen en una mirada demoledora sobre la violencia de Estado y el trauma colectivo que deja una tiranía. Aquí, el escritor no solo documenta los hechos históricos, sino que los interpreta con una mirada literaria que busca comprender, más allá de juzgar, los mecanismos del totalitarismo.
Pero Vargas Llosa no es solo un novelista político. El amor, el erotismo y el deseo también ocupan un lugar central en su obra. En novelas como Travesuras de la niña mala (2006), Vargas Llosa traza una historia de amor que se extiende a lo largo de varias décadas y ciudades —de Lima a París, de Londres a Tokio—, donde lo romántico se mezcla con lo existencial, y la figura femenina se convierte en símbolo del deseo inalcanzable, pero también de la transformación.
También en Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997), el erotismo es abordado sin tapujos, desde una perspectiva lúdica y provocadora. Estas novelas escandalizaron a ciertos sectores conservadores, pero también confirmaron el gusto de Vargas Llosa por explorar las pasiones humanas con una mezcla de ironía, sensualidad e inteligencia.
A lo largo de su carrera, Vargas Llosa fue también un intelectual comprometido con las ideas, a menudo involucrado en debates públicos y políticos. Su paso de la izquierda al liberalismo económico lo convirtió en una figura polémica, admirada por unos y criticada por otros. Su candidatura a la presidencia del Perú en 1990, y su derrota ante Alberto Fujimori, marcó un punto de inflexión en su vida y en su visión del poder.
Esta faceta del escritor se refleja también en su vasta producción ensayística, donde analiza temas tan diversos como el papel de la literatura, la libertad individual, el populismo o la historia de América Latina. Obras como La verdad de las mentiras o El pez en el agua —una mezcla de memorias y crónica política— muestran al Vargas Llosa más reflexivo, menos novelista pero igual de agudo.
Una de las características más destacadas de la obra de Vargas Llosa es su maestría técnica. Influenciado por Flaubert, Faulkner y Sartre, entre otros, el escritor peruano defendió siempre la idea de que la literatura es un arte que exige disciplina, precisión y, sobre todo, estructura. Sus novelas son el resultado de una construcción minuciosa, donde cada voz narrativa, cada cambio de tiempo, cada transición responde a un diseño narrativo deliberado.
Vargas Llosa fue también un gran defensor del papel de la literatura como una forma de conocimiento. En su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 2010, afirmó que “la literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a comprenderla mejor”. Esta frase resume su visión del arte narrativo: una ficción que, al revelarnos verdades emocionales y morales, nos permite entender el mundo con más profundidad que cualquier estadística o discurso político.
El impacto de Mario Vargas Llosa en la literatura contemporánea es indiscutible. No solo por sus novelas —muchas de las cuales se convirtieron en clásicos contemporáneos—, sino también por su defensa del valor de la cultura, su papel como intelectual público y su inquebrantable fe en la palabra escrita.
Para los lectores, acercarse a la obra de Vargas Llosa es entrar en una literatura exigente pero profundamente humana, donde la imaginación se entrelaza con la realidad, y donde cada historia, por más local que parezca, contiene resonancias universales.